El picante siempre ha sido para mí un visitante incómodo. Ese conocido al que solo invitas a tu casa cuando no queda más remedio porque sabes que al principio es divertido pero, al cabo de dos horas, estás deseando no verle más. Quizá por eso habíamos aplazado nuestra visita a Chuka Ramen Bar. Pura ceguera gastronómica, porque ser cauteloso con esto del comer es la censura del disfrute. Y en Chuka se disfruta mucho.
El primer ramen bar de Madrid
Descubrimos en su web que Chuka, además de un western de Rod Taylor, es la versión japonesa de la gastronomía china, y hay platos de estas dos cocinas con la visión personalísima que aportan Rodrigo García Fonseca, Lorena Mauri y John Husby. De la mezcla de un “sachista” reconocido, la experiencia de una trotamundos y el arte de un ex Momofuku, uno de los templos del ramen, nace una propuesta de comida ambiciosa pero nada pretenciosa.
Mucho más que ramen
Empezamos con las gyoza de pollo con ajo negro con su peineta, nos gustó más el relleno que la masa y estaría bien que hubiera medias raciones para poder probar varias. Después llegó la recomendación de la casa, un fuera de carta de los poco típicos: la raya a la mantequilla con brócoli y lima. Hemos comido raya en Lakasa y en Sa Pedrera des Pujol, en Menorca, pero ninguna como esta. Un plato absolutamente delicioso que justifica la visita.

Para terminar, no faltó el famoso ramen, el seco (hiyashi), por aquello de los 30 grados de Madrid a las 9 de la noche en plena ola de calor. Los fideos no parecían “caseros” pero eran de calidad, y la mezcla de los anacardos garrapiñados con el picante de la salsa de chile y la carne especiada es un conjunto adictivo. El fuego en la boca lo calmamos con uno de sus cócteles sin alcohol porque otra de las gratas sorpresas de la carta fue la de las bebidas, mezclas con yuzu, clásicos como el Moscow Mule y una selección de cervezas japonesas. No pedimos postre, aunque hemos leído maravillas de ese sorbete de limón del Obrador Grate.
Nos decían que el servicio tenía que mejorar pero en nuestro caso fue excelente. El personal de sala nos recomendó y nos aconsejó sobre el orden de los platos y fue rápido incluso con la cuenta. Si hablamos de pasta, el ticket fue de menos de 50 euros con tres platos, dos botellas de agua y un cóctel.
Actualización: segunda visita
Como prometimos, hemos vuelto en noviembre. Aunque repetir era tentador, hemos optado por probar nuevos platos de la carta. Para empezar su falso nigiri de vaca con pan soplado relleno de salsa de chiles poblanos y ginger scallion. Una pieza sabrosa y con un punto picante muy agradable, aunque hay que comerla de un bocado porque la carne no es tan delicada como el fino corte de pescado de una pieza de nigiri.
Baos: pastrami y cochinita
Seguimos con un par de sus famosísimos baos. Fueron uno de los primeros restaurantes en ofrecerlos en carta en Madrid y siguen siendo de los mejores. Probamos el ya clásico de cochinita pibil y el de pastrami, un fuera de carta de temporada absolutamente imprescindible. El pastrami se presenta en corte grueso y no en las finas lonchas a las que estamos acostumbrados, con un ligero sabor a mostaza en la salsa.
Y, para terminar, las gyoza de cerdo y gamba con salsa XO. Más suaves que las de pollo y ajonegro que, a pesar de ser más convencionales, tienen más pegada. Podemos confirmar que habrá tercera visita 🙂